Web 3, metaverso, blockchain, criptomonedas… Con gafas de realidad virtual o sin ellas, la nueva evolución de internet avanza hacia un universo interoperable y descentralizado entre promesas y escepticismo.
Un año después del anuncio del metaverso de Facebook —perdón, Meta—, lo que surgió como maniobra frente a la crisis reputacional de la compañía liderada por Mark Zuckerberg ha copado portadas, memes y debates sobre la evolución de internet. Algunos auguran un ‘boom’, otros temen un ‘bluf’. Pero lo importante es qué futuro espera a internet; su concepto y no solo el formato.
Horizon Worlds, la experiencia de realidad virtual de Meta y, hasta ahora, lo más cercano al metaverso, ha puesto a sus equipos en “cuarentena” desde septiembre de 2022 en un intento de mejorar su calidad; el epílogo a un año de titulares continuos a favor y en contra.
Distintos medios se
hacen eco con frecuencia de las polémicas y desafíos internos que vive Meta tras su gran apuesta por el
metaverso como negocio —los escasos
200.000 usuarios mensuales de Horizon Worlds frente a los 3.5 mil millones que suman Facebook,
Instagram y WhatsApp solo uno de ellos—. Sin embargo, la realidad es que en el último año empresas y
organizaciones de todo tipo han hecho de una forma u otra sus pinitos en el metaverso.
— Para no perderse en el periplo galáctico
Resulta complicado imaginar cómo será el futuro del metaverso. Pero sí sabemos que se ha disparado la inversión en diseño y desarrollo de entornos virtuales, al tiempo que —aunque a menor ritmo tras el hype inicial— crece la demanda de perfiles laborales para lo que se supone que será. Este viaje empezó en realidad hace tiempo.
Un 25% de la población pasará al menos una hora al día en el metaverso para 2026,
según datos
de Gartner
Ya sabemos la forma en que internet ha cambiado nuestras formas de ser y de hacer, pero quizá somos menos conscientes de cómo nos hemos ido adaptando como especie a cada cambio digital De hecho, el metaverso debe enmarcarse en una transformación mucho más amplia: casi tres décadas de revolución digital después, internet inicia nueva etapa en su particular proceso evolutivo.
La primera versión de internet era estática, sin interacción y respondía a las características comunicativas clásicas: un proceso dominado por grandes actores que centralizaban la oferta de servicios y contenido. Fue el tiempo de buscadores, portales y grandes marcas.
La segunda versión de internet, en la que estamos ahora, viene marcada por herramientas de empoderamiento social: el usuario es el centro. Permite la interacción y la personalización. Todo pasa en redes sociales, desde la creación de opinión pública hasta el consumo.
El futuro abre la puerta a un esquema más descentralizado —gracias al blockchain—, en el que los usuarios disponen de sus propias herramientas de control e independencia, alejadas de oligopolios de las grandes tecnológicas y dependencias de “lo físico”. Más que un sistema, es una arquitectura a la que asomarnos.
En este último tramo de la evolución digital hemos ido encadenando logros tecnológicos. Primero, el ordenador y las conexiones telefónicas; el portátil y la fibra óptica. Más tarde el smartphone, que en breve se conectará con 6G. Y, poco a poco, procesadores más pequeños, eficientes y ligeros. A su vez, estos desarrollos necesitan garantías que aporten valor y protejan las transacciones. Por no olvidar el germen de lo que será el metaverso, una realidad extendida que interactúa con el mundo físico y busca la convergencia con lo digital.
La realidad aumentada utiliza pantallas digitales para “proyectar” elementos virtuales en nuestro entorno físico. Puedes ver todo lo que tienes a tu alrededor, pero el sistema informático también podrá reproducir sobre este entorno objetos, animaciones o datos.
Un paso más allá está la opción de integrar elementos virtuales con el entorno físico y, además, hacerlos interactivos. Por ejemplo, un teclado de móvil proyectado en tu propia muñeca.
La realidad virtual es lo que todo el mundo imagina cuando habla del metaverso: un mundo enteramente digital en el que nos sumergiremos a través de nuestro movimiento, pero también de nuestros sentidos. De momento, vista y oído, aunque Meta asegura estar ya trabajando en unos “guantes hápticos” para tocar los objetos virtuales y sentirlos como si fueran físicos.
En estos años nuestra vida se ha llenado de dispositivos inteligentes, conectados para enviar y recibir datos sobre lo que hacemos con ellos y mejorar su funcionamiento.
Un paso más: permite conectar los distintos puntos de información, crear una red con los dispositivos que recopilan datos a nuestro alrededor y poder procesarlos.
Uno de los últimos retos es el edge computing o computación en la frontera, que busca procesar la información en tiempo real y de manera eficiente. Es decir, no se trata de que cada dispositivo recoja los datos y los envíe a una nube donde se procesen y devuelvan, sino que exista la capacidad de hacerlo in situ.
La tecnología blockchain permite dividir la información en cadenas de bloques y vincularla de forma consecutiva, para que nada se puede editar sin cambiar el resto, asegurando la trazabilidad. Es la base para desarrollar metaversos descentralizados e interoperables, de forma que una persona pudiera “moverse” con sus activos de un entorno a otro.
Los NFT son tokens o elementos no fungibles: ítems digitales únicos, como originales artísticos, con valor por sí mismos y que no pueden dividirse ni consumirse.
Frente a los NFT, la otra cara de la moneda son los elementos fungibles, como el dinero. En este caso, monedas digitales guardadas bajo capas de encriptación a modo de caja fuerte y operando al margen de las regulaciones bancarias. Más libertad, pero no sin riesgo.
Los juegos más populares son también el campo de pruebas de las grandes marcas. Balenciaga llevó sus modelos a Fortnite, donde han entrado asimismo compañías como Carrefour o Burger King. Algo similar pasa en Roblox, donde se han atrevido marcas como Gucci.
Los entornos virtuales han alojado conciertos (Ariana Grande o Justin Bieber son algunos de los protagonistas), partidos de la NBA o incluso bodas.
Los universos artificiales llevan años colándose en los centros educativos, con proyectos y programas formativos específicos de Minecraft; con cursos de maquillaje avanzado o reparación de helicópteros de combate, todo con herramientas digitales.
Decentraland es una propuesta de metaverso experimental, llamado así por su naturaleza descentralizada. En este mundo los usuarios construyen y deciden lo que sucede, desarrollando experiencias vitales en el entorno digital y relacionándose con otros usuarios.
El metaverso es solo una ventana a la que asomarnos. Forma parte del último paso evolutivo de internet y esto implica una relación distinta con lo digital, más integrada, constante y, en teoría, más abierta.
Es pronto para saber si el metaverso será el ‘boom’ que algunos prometen o el ‘bluf’ que otros temen. Hasta entonces, desarrollemos estrategias para lograr un espacio propio y con sentido en esa nueva realidad.
El desarrollo de la web 3 y el metaverso se enmarca en una serie de cambios tecnológicos, sociales y culturales. Al igual que ocurrió con la digitalización y los modelos híbridos, el nuevo entorno requerirá de formación, información clara y nuevas competencias. Algo que ya se está traduciendo en nuevos perfiles especializados.
En ese mundo nuevo que se espera construyamos entre todos también habrá lugar para nuevas identidades que quizá no se correspondan con las características físicas de cada usuario. Eso sí, un 88% de los consumidores globales afirma que su identidad virtual debería reflejar sus valores y ética reales.
Tras conocer las herramientas, comprender las posibilidades del entorno y decidir cómo el metaverso puede contribuir y adaptar tu proyecto, será el momento de diseñar un plan y empezar a invertir de manera selectiva y con cabeza.
Mientras las corporaciones tecnológicas y la industria del entretenimiento ensayan con herramientas e ideas sobre el internet del futuro, es el momento de imaginar y reflexionar para poder empezar a construir. De pensar en lo que significan conceptos como interoperabilidad o descentralización; de plantearnos cómo podría ser ese puente y construirlo.
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